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Ganador del IV Premio de literatura infantil El Barco de Vapor

El barco llegó a buen puerto una vez más y con buena literatura para los primeros lectores, los niños y adolescentes. Este navío a vapor llega a las costas de varios países de Latinoamérica y del mundo (en zonas mediterráneas le crecen alas) y desde el 2009 estamos en su ruta.

El premio de literatura infantil El Barco de Vapor, organizado por SM, tiene por misión fomentar el gusto por lectura y la creación literaria, con una buena maquinaria de difusión y una cuantiosa suma para el autor. El jurado conformado por distinguidos escritores y un miembro de la tripulación (el ganador del 2011) anunciaron ayer al ganador del 2012 y recomendaron la publicación de uno de los manuscritos  finalistas, entre setenta y dos trabajos recibidos.

Con estas cuatro ediciones se ha podido trazar lo que parece convertirse en una feliz tradición: quienes quedaron finalistas resultaron ganadores al año siguiente, con trabajos de mejor calidad. El joven psicólogo y escritor Olney Goin del Río (alias IKI) participó en la segunda y tercera edición del concurso. Algunos de sus trabajos fueron recomendados para ser publicados y hoy con 26 años es el flamante nuevo miembro de la tripulación de este barco tan particular, cuyos viajes contribuyen a encender el inagotable fuego del gusto por leer.

Olney encaja en el perfil de las personas que se juegan del todo por el todo, cuando el sueño es muy grande, la utopía por alcanzarlo está cerca de la yema de sus dedos y siempre un poco más cerca. Tomó un tiempo sabático en su carrera profesional como psicólogo para seguir la que está convencido es su vocación. Con muchos proyectos en el escritorio, otros libros por perfilar y publicar, cree sin duda que estudiar psicología le ayudó a estar más cerca de las personas y aunque le resulte muy divertido, la responsabilidad que hay en crear ficción para niños no es un juego.

 

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La invención de Brian Selznick y la re-invención de Martin Scorsese

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La invención de Hugo Cabret (Brian Selznick) / Ediciones SM, 2007 / Páginas: 533 / Precio: 89 soles

ISBN: 9788467520446

Aquí podrás leer los tres primeros capítulos

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Las páginas como écran

La literatura y el cine son a veces ambas caras de una misma moneda, una buena historia narrada en claves distintas, pero no tan distintas. Si bien una novela puede lucir fílmica por su estructura y desarrollo, una adaptación al cine del mismo texto podría darle cierto brillo y éxito comercial a un buen libro, o eclipsarlo para la posteridad.

Ambos textos –productos–, tienen vida y lectoría propia, es decir, por separado. Cuánta licencia puede tomarse un cineasta para recrear, re interpretar o incluso mejorar aspectos de la novela en su película: las que crea necesarias, sin que ello implique una desfiguración total.

En ése punto entran en escena el tacto, la pericia, cuánto conoce su oficio y qué tan buen lector es un director de leyenda y guionista. Hugo es la última pieza maestra de Martin Scorsese y llega a las carteleras peruanas apenas unas semanas antes de los Premios Oscar de la Academia.  Si es una noche de aquellas, la película podría  ganar once estatuillas, entre ellas el premio a la mejor adaptación.

Magos, máquinas y cineastas:

Del otro lado de la misma moneda, con el sello de Ediciones SM llegó a las librerías de Lima hace apenas unas semanas La invención de Hugo Cabret (Brian Selznick), una novela gráfica que conjuga la estética de una película muda y las trampas de una novela juvenil: un texto intrigante, crudo y fantasioso. Esencia que sedujo a Scorsese e inspiró su última película, pero ésa es otra historia.

Selznick es un reconocido ilustrador norteamericano con una buena mano de virtudes: el don de narrar puntual y ser sugerente, utilizar la imagen y las palabras, es decir, ser ambidiestro para escribir.

La invención de Hugo Cabret es su segunda novela. Está compuesta por dos partes, una veintena de escenas breves, compactas, escritas y dibujadas. Cada una crea página tras página, la ilusión del movimiento: al leer sus dibujos hechos a carboncillo, visualizar los escenarios y las circunstancias que compone entre líneas, se produce aquella gran ilusión del cine y no estamos más ante un objeto inanimado, sino frente a un juguete óptico o un arcano proyector de cine que reproduce a gran velocidad fotogramas y cartelones, los que guardan  un especial cuidado en resaltar rasgos e indumentos clave de los personajes con planos detalle y una fascinación por rescatar el ánima de una ciudad embelesada con las máquinas de la  modernidad, la estación del tren, el tiempo y los relojes, como también una corriente onírica y hasta subversiva en los libros, el cine y la pintura.

La luz inunda la pantalla (o las páginas) y aparece el París de 1930,  donde las máquinas modernas y anuncian un progreso galopante; pero la posguerra y un pensamiento pragmático han relegado a la niñez y la fantasía a lugares incómodos, mal vistos, inapropiados.

En la estación de Montparnasse mora Hugo Cabret desde hace algunos meses.  Su tío lo adoptó como su aprendiz tras la muerte de su padre, pero ha desaparecido.

Hugo es ahora un huérfano, lo que para la época es aún peor que llevar la peste. Dejó la escuela por asistir a su tío  ahora  debe convertirse en su fantasma; vigilar que cada uno de los veintisiete relojes funcione perfectamente, recoger en secreto sus cheques aunque no sepa cobrarlos,  para no ir al orfanato; porque si falla y lo descubren, perdería su tesoro; una sofisticada máquina que luce como un humano ante un escritorio, aparentemente a punto de escribir.

Su padre, un audaz maestro en la cronometría y en el arte de reparar relojes, encontró el artefacto en un desván del museo local donde trabajaba y lo reconoció como las máquinas que usaban los magos para deslumbrar a su público. Estaba hecho de ruedas dentadas, manivelas y un centenar de piezas que no pudo terminar de reparar antes que un incendio le quitase la vida.

Para que el autómata vuelva a funcionar, Hugo sigue la libreta de notas de su padre y roba piezas mecánicas de los juguetes que vende un colérico viejo en la estación, que por alguna razón, encajan  perfectamente en el autómata.

La obsesión por reparar su reliquia lo acerará a develar junto con Isabelle –la sobrina del juguetero con quien encuentra algo más que una amistad, un ingenioso aliado– y Etienne –un amante del cine que introducirá a Hugo en el mundo del séptimo arte–, un misterio irresuelto: George Méliès, el mago y cineasta, no ha muerto.

Más similitudes que diferencias

 Mejor Película, Mejor Director, Mejor Guión Adaptado, Mejor Banda Sonora, son algunas denominaciones que calzan perfectamente con los mejores atributos del libro.

Están claras las actitudes de un buen director-escritor-ilustrador: el tacto, la pericia y cuán buen lector de cine es Brian Selznick, al dominar la gramática visual, darle vida y profundidad a un texto y adaptar su novela fílmica sobre la base de una investigación y una pregunta que quedó en el tintero.

En el epílogo, el autor señala que si bien ciertos personajes son ficción, la accidentada vida de los  autómatas no lo es. Selznick reconoce que la historia empezó a surgir en su mente  después de leer Edison’s Eve: A Magical History of the Quest for Mechanical Life, de Gaby Wood, texto que, en palabras del propio Selznick, contaba la verdadera historia de unos complejos autómatas a cuerda que fueron donados a un museo de Paris. Hasta ahí la historia que pudo investigar. Su adaptación empieza a partir de la siguiente pregunta: ¿Qué hubiese pasado si esos autómatas no se destruían? 

Quizá  una de las canciones que musicalice la novela de Brian Selznick es, además de  la pasión por las máquinas, una apuesta por el destino y misión de cada ser humano, como parte imprescindible de un gran sistema de engranajes, una gran máquina.  Pero hay más, el autómata (en esta historia, una metáfora de creador, de cineasta) es la pieza clave en el rejuvenecimiento de George Méliès y el de Hugo Cabret. Desde esquinas opuestas, ambos habitan el mismo lugar fáctico (una estación-celda) pero también el mismo lugar simbólico, la adultez de los que sobran y viven sin sueños o conquistas.

Es así que gracias al regreso de su autómata, G.M  viaja desde el confinamiento en el último –y anónimo– rincón de su vejez  hacia hasta su niñez más reciente, como mago, dibujante, apasionado de las máquinas y cineasta.

A Hugo Cabret, incrustado en una vida adulta que no comprende –trabajar y vivir absolutamente solo– lo único que lo entusiasma es reparar el autómata. Un actitud que mantiene aún encendida  la llama de la creatividad que su padre alimentó  en él,  a través de las películas de cada cumpleaños, los relatos de Julio Verne y por supuesto, las piezas mecánicas.

En síntesis, si bien las diferencias entre ambos textos (algunas caracterizaciones y añadidos) son sutiles pero bastante significativas, ambas piezas son dignas de merecer una noche de aquellas, con once estatuillas y  una intensa lectura que toque nuestras fibras.

As

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La invención de Hugo Cabret (Ediciones SM, 2007)

Con 284 páginas de ilustraciones originales y combinando elementos de los álbumes ilustrados, las novelas gráficas y el cine, Brian Selznick expande los límites del concepto de novela, creando una nueva experiencia lectora. La invención de Hugo Cabret (SM, 2007) está editada como si fuese una pantalla de cine. Para contar la historia, Brian Selznick juega con la combinación del blanco y el negro, y el conjunto que forman la introducción al libro, los textos, las ilustraciones y las fotografías (de películas como El viaje a la Luna y La llegada de un tren a la estación) está ideado de tal manera que da la sensación de que el lector esté dentro de una sala oscura, delante de una tela blanca, preparado para ver ante sus ojos la proyección de una de las primeras películas de la historia.

Lea más sobre el libro y las relaciones con la película Hugo, de Martin Scorsese aquí:  http://wp.me/p1jw0v-iC

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22/02/2012 · 1:38 am